sábado, noviembre 28, 2009

[[El hombre que no pillaba una indirecta]]

Hizo falta algún tiempo…
Pero un día se dio cuenta de algo. Siempre había sido alguien claro y directo, decía lo que pensaba y lo que sentía. Eso le causó muchos problemas.
Con el tiempo aprendió a quién podía decirle unas cosas y a quién no, cuando debía callarse y no abrir la boca para evitar males mayores.
Se mordió la lengua más de una vez, pero supo que lo hacía por conseguir un bien mayor que su propio beneficio. Sólo cuando sentía que estaba faltando a la verdad al callarse, o que estaba siendo irracional o injusto, consigo mismo, o con alguien más, hacía de tripas corazón y revelaba la verdad...


Pronto tuvo que afrontar el hecho de hablar y abrir su corazón, sabiendo que sería duramente golpeado, pero sabiendo también, que su conciencia no le permitiría andar callado. Muchas veces disfrazó sus palabras, endulzándolas, suavizándolas, o incluso revistiéndolas de una sutil capa de idealismo inocente que hacía que muchas veces fuera malinterpretado.


Otras sabía que aunque tuviera la necesidad urgente e imperiosa de liberar aquello que consumía su pecho, no podría ni tendría fuerzas para afrontar las consecuencias. Se veía solo, débil y vulnerable. Era entonces cuando tomaba un cuaderno y dejaba que la poesía, escrita de manera inútil y egoísta, sin más fin que la liberación espiritual de sí mismo, surgiera de sus manos.


En alguna ocasión permitió a otros que compartieran esas palabras surgidas de sus instintos más ocultos y sus secretos más hondos. Muchos pensaron que tenía talento.
A él le resultó indiferente, siempre supo que lo que saliera de su puño y letra sólo lo verían un puñado de ojos elegidos por él, aquellos con los que sentía más complicidad, o aquellos que la causalidad o el destino, había puesto en su camino en ese instante.


Siempre se supo débil y cobarde. Había afrontado muchas cosas, pero sentía un profundo terror a revelar su esencia más pura, sus sensibilidades ocultas y sus deseos más íntimos. Siempre fue sistemáticamente golpeado, una vez tras otra, cuando lo hacía.


El tiempo y el instinto de conservación le fueron convirtiendo en un ser huidizo que nunca mostraba lo que sentía o pensaba en realidad a menos que fuera realmente indispensable.


Y llegó el día en el que lo supo. No había aprendido a leer entre líneas. Su enclaustramiento personal le impedía leer el alma de las personas que lo rodeaban. Algunas veces creyó hacerlo, y la realidad se le estrelló en el suelo con violencia, haciéndole sentir inútil y torpe. Ahora sabía que nunca había cogido una indirecta, unas veces por miedo, otras por pura ignorancia, otras por incredulidad.


Fue siempre un cobarde que no dio nunca el primer paso. Sólo lo hacía cuando era completamente consciente de que fallaría estrepitosamente. Entonces se preparaba a conciencia, y encajaba el golpe con fingida entereza.


Ahora ese hombre no sabe qué hacer. No tiene el valor de afrontar de pie golpes que no se espera, ni siquiera sabe cómo reaccionar cuando esos golpes no vienen. Simplemente, se queda inerte como un títere sin nadie que mueva sus hilos.


Es consciente de que durante años ha buscado encontrar algo que no es capaz de encontrar.
No tiene ningún modo de saber si lo que tiene ante sus ojos es aquello que tantas veces a soñado, ni tiene la fuerza necesaria para intentarlo y equivocarse. Se ha dado cuenta de que busca alguien como él, pero él no se muestra jamás…


Y ahora está vacío y confuso. Espera que alguien le enseñe a traducir una indirecta, espera a alguien que le enseñe a abrir su alma sin miedo y a dejar fluir su esencia más pura sin vergüenza ni pudor. Ahora sólo falta que esa persona exista.



martes, noviembre 24, 2009

Perece la agonía...







Como un pequeño homenaje a Jaime, y para agradecerle su maravillosa presentación, inauguro la sección de Poesía con su soneto favorito de todos los salidos de mi humilde puño: Sin más preámbulos, aquí va: 

Perece la agonía, ya a deshora,
abandonan las calles los rufianes,
del reloj me enojan sus desmanes, 
la mañana de tus ojos me enamora.

Trajín y cosquilleo miocardíaco,
vapores etílicos, risas, bromas...
El consuelo tiene forma de cigarro,
tú te marchas y mi mundo se desploma.

Maldigo, grito, me emborracho,
te quiero, te odio, me decido,
mendigo de tu rostro los despojos

de un amor otrora vivaracho,
que fallece en la acera malherido,
desquiciado por el brillo de tus ojos.

 



Cuando ya no queda otro remedio...








 Sonetos de perfecta geometría, versos como espinas y letras de canciones “desamóricas”. Esa es la escritura del autor. Y mucho más, por supuesto.
Con el verso refinado y la palabra licuada a vueltas de hoja, con el peso del diccionario “realacadémico” como pauta a las espaldas, escribe sincero únicamente cuando no le queda otro remedio. Desgraciadamente. Con un puñado de poemas declaradores de intenciones y otro puñado de ripios en verso al mundo que nos toca, pasa la vida viviendo de esas rentas.
Sin embargo, a veces se marea cuando falta pluma y papel, cuando la “energía poética” se apodera de él y se harta de tragarse el vómito. Cuando ya no queda otro remedio que desgarrar el papel a cintarazos, y cuando el alma pide prosa pero sólo necesita poesía. Que es cuando el parte meteorológico sólo anuncia lluvias, cuando todas las calles se llaman melancolía, cuando quien tiene que sonreír no lo hace y nadie sabe por qué carajo, cuando hay elecciones o cuando hasta el más tonto con corbata desea vacilarte. Entonces, cuando sucede todo esto (que ya es bastante), vomita en forma de verso con el entrecejo fruncido, el alma desgarrada y la sinceridad de un solitario resabiado. Lo cierto es que, actualmente, escribe porque no le queda otro remedio. Ojala no le quedara nunca más remedio.



Jaime Cedillo (amigo, coetáneo,consejero y conspirador, todo en uno...)