domingo, junio 20, 2010

La voz de garrafón

Toda tu vida has sido feliz. Tenías problemas, como todos, pero había algo que te hacía olvidarlos y ser, sencillamente, feliz.
Cerrabas los ojos, dejabas que tu alma fluyera hacia tu garganta, y entonces surgía. Tu voz.


En un principio lo hacías a solas. Un día, alguien te descubrió y se quedó embelesado viendo como manipulabas el aire hasta convertirlo en un sonido maravilloso. Ese día alguien te animó, te apoyó, quizá incluso te amó. Quién sabe. Te tragaste tus miedos, accediste a mostrar al mundo tu don.
Primero con grupos pequeños de gente. Luego cada vez más grandes.
De pronto, te viste firmando un contrato. Viajes larguísimos, entrevistas, más dinero del que hubieras podido soñar.
Miles de personas deseando verte, comprando tus discos y asistiendo a tus conciertos.


Los mejores músicos tocando para acompañarte en el escenario. Bueno, no a ti. A tu voz. Y a tu cuerpo.
Ese que ya no reconoces. Te han vestido de una forma impensable, te han aplicado capas y capas de maquillaje, horas de peluquería...


Pero eso no es importante. Cuando sales al escenario, y miras al público, ves sus caras. Están emocionados. Son felices. Tu voz, piensas, hace feliz a la gente. Sales, repites el espectáculo que has hecho durante meses. Dices las mismas cosas, haces los mismos gestos. Pero también eres feliz. Es tu voz la que ha hecho todo esto.


Consigues que te concedan unos días de vacaciones. Estás agotado, pero satisfecho. Vuelves a tus raíces, a tu tierra. Vuelves a caminar por las calles que te vieron crecer. Nada ha cambiado.
Recorres despacio el camino hacia el lugar en el que diste tu primer recital. Recuerdas ese día como si fuera ayer. Recuerdas esa canción. Una canción maravillosa, piensas. Y sin querer, suspiras...
-¡Ojalá pudiera crear una canción tan hermosa como esa!


Entonces, como un trallazo, te das cuenta. Recuerdas cada punto, cada coma, donde debes tomar aire en todas y cada una de las letras de las canciones que cantas. Pero no consigues recordar nada más. En los ensayos, cuando las cantas a solas, no te provocan nada. Ninguna sensación. Las letras... Las recuerdas por completo. Pero nunca las has leído para descubrir qué querían decir. Lo intentas ahora. No te dicen nada.


Tu voz, que te hacía feliz, que te aliviaba de tus problemas, que constituía para ti una fortaleza impenetrable en los días en los que no querías ser molestado por nada ni por nadie. Tu voz ya no es tuya. De hecho, ni siquiera sabes de quién es.


Tu voz, ya no te dice nada. Tu voz es ahora el tónico, el estimulante, o el sedante de miles de personas desconocidas. Pero ni siquiera puedes decidir cuál de esas facetas vas a ser. Estás a su servicio, te han comprado, eres su producto.


Detestas esa idea, pero no quieres dejar de cantar. Es tu vida. No sabes hacer nada más. No pueden quitarte eso, preferirías que te quitaran un brazo.


Decides cambiarlo todo. Escribes una canción maravillosa, en la que todo lo que sientes está expresado con dulzura, tristeza y pasión. Te sientas con tus músicos y les enseñas la canción. Sus caras son un odioso acertijo.


Nos gustaría hacerlo, dicen. Nos gustaría tocar contigo esa canción, tu canción. Pero no está en nuestras manos. Nosotros no decidimos, ni siquiera eso.


No pudiste ver tu cara en ese momento. Pero viste las suyas. Ellos sentían lo mismo que tú, pero eran sus manos lo que habían vendido. Tu vendiste tu voz. La cogieron, la mezclaron con lo que les dio la gana y la suministran  sin control ni medida ninguna, cuanto más mejor. La han mancillado, la han despreciado, la han despojado de lo más importante: Del alma. En concreto, de la tuya.


Una voz sin alma, una música sin alma, unos discos sin alma, una discográfica sin alma. Unas ventas millonarias. Dinero sin alma.